viernes, 2 de octubre de 2015

Vanos remordimientos


por Arthur W. Pink

"Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mi. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo".                          1 Corintios 15:8-10


Existe en los hombres y las mujeres de nuestros días una inclinación a interesarse en cualquier cosa que parezca atractiva. Vivimos en la era de la publicidad, y la gente está dispuesta a creer todo lo que se le diga. Cree en los anuncios, cree lo que se le dice, lo que hace suponer que si viera en el pueblo, cristiano algo que le diera la impresión de que estos viven gozosos, felices y triunfantes, se arremolinaría en tomo de ellos, ansiosa por descubrir el secreto de vida tan afortunada. Por lo tanto, no es aventurado deducir que lo que cuenta para las grandes masas de afuera es la condición de los de adentro.

Con mucha frecuencia damos la impresión de que estamos desanimados y deprimidos; a decir verdad, algunos hasta dan la impresión de que llegar a ser cristiano significa encarar problemas nunca antes conocidos. Y así, vistas las cosas de manera superficial, el hombre del mundo llega a la conclusión de que hay más gente feliz fuera de la iglesia que dentro de ella.
Tal percepción, por supuesto, es del todo errónea. Pero tenemos que admitir que, en cierta medida, algunos de nosotros debemos declararnos culpables de tal acusación, y que muy a menudo nuestra depresión espiritual y nuestra mediocre condición de cristianos infelices nos hacen pésimos representantes del evangelio de la gracia redentora.

El temor del hombre


Por J. C Ryle



“El temor del hombre” -verdaderamente- “pondrá lazo” Proverbios 29:25. 

Es terrible observar el poder que tiene sobre la mayoría de las mentes, y especialmente sobre las mentes de los jóvenes. Muy pocos parecen tener su propia opinión, o pensar por sí mismos. Como pescados muertos son arrastrados por la corriente. Lo que los demás piensan que es bueno, ellos también piensan que lo es; y lo que los demás llaman malo, ellos también llaman malo. Hay muy pocos pensadores originales en el mundo. La mayoría de los hombres son como ovejas: siguen al líder. Si fuera la moda del día ser romanista, serían romanistas, si lo fuera ser mahometano, serían mahometanos. Temen mucho la idea de ir en contra de la corriente del día. En una palabra, la opinión del día se convierte en su religión, su creencia, su Biblia y su Dios.
El solo pensar “¿qué dirán o que pensarán mis amigos de mí?” destruye muchas buenas intenciones.



El temor de ser observado, ridiculizado y de ser objeto de las burlas, impide la formación de muchos buenos hábitos. Hay muchas Biblias que pudieran ser leídas este mismo día si sus dueños se atrevieran. Saben que deberían leerlas, pero tienen miedo: “¿Qué dirá la gente?” Hay rodillas que se doblarían en oración esta misma noche, pero el temor a los demás se lo impide: “¿Que diría mi esposa, mi hermano, mi amigo, mi compañero, si me viera orando?” ¡Ay, qué esclavitud tan miserable es ésta, y no obstante, tan común! “Porque temí al pueblo,” dijo Saúl a Samuel cuando quebrantó el mandamiento del Señor (1 Samuel 15:24). “Tengo temor de los judíos” dijo Sedequías, el rey rebelde de Judá; y por su temor, desobedeció el consejo que Jeremías le dio (Jeremías 38:19). Herodes tuvo miedo de lo que pensarían sus invitados, así que hizo lo que lo hizo “excesivamente triste”: decapitó a Juan el Bautista. Pilato temió ofender a los judíos, así que hizo lo que su conciencia le decía que era injusto: entregó a Jesús para ser crucificado. ¿Si esto no es esclavitud, entonces qué es?
Joven, quiero que todos los jóvenes estén libres de esta esclavitud. Quiero que a ninguno de ustedes les importe la opinión ajena cuando el camino del deber es claro. Créeme, es grandioso poder decir: “¡No!” Este era el punto débil del buen rey Josafat, cedió fácilmente en sus tratos con el rey Acab, y, por ello, se acarreó muchos problemas (1 Reyes 22:4). Aprende a decir “No”. No dejes que el temor de no parecer simpático te impida hacer lo que debes. Cuando los pecadores te insisten, di decisivamente: “Yo no consentiré” (Proverbios 1:10).

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