domingo, 14 de octubre de 2012

Pluralidad y tolerancia


Por Sugel Michelén

Una de las virtudes cardinales de finales del siglo XX y comienzos del siglo XXI es la tolerancia, sobre todo en el terreno de la religión.
El hombre moderno se jacta de ser abierto, pluralista; dice aceptar el derecho que tiene cada cual de construir su propio sistema de verdad y de valores. Lo único que la sociedad parece no tolerar es la falta de tolerancia. Consecuentemente, cualquiera que defienda la existencia de una verdad absoluta se arriesga a ser considerado como un estrecho de mente y un recalcitrante.
El Diccionario de la Real Academia define “tolerancia” como “respeto o consideración hacia las opiniones de los demás, aunque sean diferentes a las nuestras”. Y ciertamente es una virtud mostrar ese rasgo de carácter. Pero ¿qué ocurre cuando una persona está obviamente equivocada? ¿Qué debe hacer un maestro en el aula cuando el niño responde que 2 más 2 son 5? ¿O qué debe hacer un médico con un paciente que insiste en seguir adelante con un tratamiento que él mismo se impuso y que puede poner en riesgo su salud o aún su vida misma? ¿Acaso no sería una muestra de amor de parte del médico mostrarle al paciente que está cometiendo un grave error?



Tolerancia no es sinónimo de relativismo. Dos postulados contradictorios no pueden ser verdaderos al mismo tiempo y en el mismo sentido. Y el amor debe movernos a combatir con firmeza el error, sobre todo cuando ponen en peligro la vida de una persona o, lo que es aun peor, el destino eterno de su alma.
Contrario a lo que muchos piensan, no es la sinceridad de una creencia lo que cuenta. Si un hombre toma un veneno por error, creyendo sinceramente que era otra cosa, su sinceridad no eliminará los efectos nocivos del veneno. El pluralismo es un atentado contra la verdad absoluta y es filosóficamente insostenible, porque Dios tiene una sola forma de pensar.
Si una religión es verdadera, aquellas que postulan dogmas contrarios no pueden serlo también.
Si Jesús era quien decía ser, el Hijo de Dios encarnado que murió para salvar pecadores, entonces no existe otro Salvador ni otro medio de salvación; todas las otras religiones fuera del cristianismo deben ser falsas necesariamente. La Biblia declara que fuera de Cristo no hay salvación:

“...porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres, en que podamos ser salvos”  Hechos 4:12

Y Cristo mismo dijo de Sí:

“Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre sino por mi”  Juan 14:6

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