1. Renuncia a tus pecados predilectos
Aquellos pecados más cercanos a tu corazón deben ahora ser hollados bajo tus pies. ¡Y se necesita valor y coraje para hacerlo! Crees que Abraham fue probado al límite cuando se le pidió tomar a Isaac -"tu hijo, tu único, a Isaac a quien amas" (Gn. 22:2)- y ofrecerlo con sus propias manos. Pero no tiene ni comparación con esto: "Alma, toma tu deseo, el hijo más cercano a tu corazón, tu Isaac, aquel pecado del cual piensas granjear mayor placer. Ponle las manos encima y ofréndalo; derrama su sangre ante Mí; clava el cuchillo sacrificial en su mismo corazón, ¡y hazlo con gozo!".
Esto es superior a las fuerzas humanas. Nuestros deseos no se quedarán quietos sobre el altar con la paciencia de Isaac, ni como el Cordero que va mudo al matadero (Is. 53:7). Nuestra carne ruge y chilla, partiéndonos el corazón con sus horribles gritos. ¿Quién puede expresar el conflicto, la lucha, las convulsiones de espíritu que aguantamos antes de cumplir con esta orden de corazón? ¿Quién puede explicar plenamente la sutileza con que tal deseo defenderá sus derechos?
Cuando el Espíritu te convence de pecado, Satanás también intentará convencerte. Te dirá: "No tiene importancia, acéptalo". O sobornará el alma con una proposición de secreto: "Puedes quedarte con esto, y también con tu buena reputación. No se notará para avergonzarte ante los vecinos. Puedes encerrarlo en el ático de tu corazón, lejos de las miradas, si me dejas de vez en cuando sentir los abrazos salvajes de tus pensamientos y tu afecto secreto".
Si no se le permite esto, entonces Satanás pide una prórroga para la ejecución, sabiendo que en la mayoría de estos casos los pecados al final obtienen el indulto total. Mientras más lo aplacemos, más difícil será romper con los elocuentes artificios de este defensor del pecado y la muerte, para llevar a cabo su ejecución. En esto los hombres más valientes de la historia han sido como arcilla en manos del adversario. Vuelven de la batalla con banderas de victoria al vuelo, para vivir y morir en su casa esclavos de un deseo rastrero. Son como aquel gran general romano que, en su paseo triunfal por la ciudad, no podía quitar los ojos de una prostituta que iba por la calle; ¡un conquistador de imperios, cautivo de la mirada de una sola mujer!
2. Conforma tu vida a Cristo
Se nos manda no conformarnos a este siglo; esto es, no comprometernos con las costumbres corruptas del día. El creyente no debe ser un sastre tan complaciente que corte el manto de su profesión según la moda. En su lugar, debe plantarse en sus principios, demostrando abiertamente ser ciudadano del Cielo al revestirse de la verdad. Hace falta gran coraje para hacer caso omiso del menosprecio que sin duda arrostrarás por tu disconformidad. Tristemente, hay muchos que no pueden soportarlo. Hemos visto muchas veces cómo un manto de orgullo cubre rápidamente el manto celestial de la justicia imputada en aquel que teme las burlas de los hombres, si se atreve a hablar abiertamente de Cristo (cf. Jn. 7:13). ¡Cuántos pierden el Cielo por vergüenza a acudir "vestido de tontos!.
Mientras algunos se burlan, otros perseguirán a muerte al creyente que no se conforme a los principios y prácticas de este mundo. Esta fue la trampa que se les puso a los tres hebreos exiliados en Babilonia. Tenían que bailar al son de Nabucodonosor, o morir (Dn. 3:15). Igualmente en el caso de Daniel, que anduvo de forma tan perfecta que la única acusación que sus enemigos pudieron encontrar contra él fue su entrega a su religión (Dn. 6:5). En tal caso, cuando la decisión es de vida o muerte, cuando un creyente está ante la alternativa de negar a su Señor o ser presa de hombres sanguinarios, ¡cuántas retiradas y huidas inventa el corazón cobarde para protegerse!. Es un gran honor para el cristiano si lo único que pueden decir sus enemigos es: "No vive como nosotros". El cristiano que se enfrenta a tanta oposición debe aferrarse bien a su fe, si no quiere ser desmontado enseguida.
3. Salta los obstáculos
Siempre hay aquellos en la iglesia que, por medio de graves errores de conducta y juicio, han puesto piedras de tropiezo ante los cristianos profesos. Hará falta una santa resolución para enfrentarse al desánimo. Esfuérzate como Josué. Cuando la mayoría de los israelitas se rebelaban y su corazón miraba hacia Egipto, Josué mantuvo su integridad. Declaró que aunque ningún otro se le uniera, él igual serviría al Señor.
4. Confía en Dios en cada circunstancia
A veces el santo ha de confiar en un Dios escondido:
"El que anda en tinieblas y carece de luz, confíe en el nombre de Jehová, y apóyese en su Dios" Is. 50:10.
Esto requiere un paso decidido de fe: aventurarse a entrar en la presencia de Dios con la misma temeridad que Ester lo hizo ante Asuero. Aunque no nos sonría, ni alce su cetro de oro para que nos acerquemos, debemos ir adelante con esta noble resolución: "si perezco, que perezca" (Est. 4:16).
Esto nos lleva por la fe un paso más allá: también hemos de confiar en el Dios que nos "mata". Hay que declarar con Job: "Aunque Él me matare, en Él esperaré" (Job 13:15). Hace falta una fe sumisa para que el alma siga adelante cuando Dios, con rostro adusto, parece disparar flechas envenenadas contra ella. Es muy duro, y pondrá a prueba el talante del cristiano. Pero este espíritu se encontraba en la cananea, que recibió las negativas de Jesús, y, con humilde valor, se las devolvió en su ruego (Mr. 15:22-28).
5. Sigue el camino hasta el final de la vida
Tu obra y tu vida deben terminar juntas. Persistir hasta el fin será el aguijón en tu carne cuando el camino parezca interminable y tu alma pida liberarse antes de tiempo. La constancia añade peso a todas las dificultades del llamamiento. Hemos conocido a muchos que se han unido al ejército de Cristo y les ha gustado ser soldados durante un par de escaramuzas; pero pronto se han hartado y han terminado por desertar. Se alistan por impulso en el deber cristiano, se persuaden fácilmente a profesar la religión, y con la misma facilidad la abandonan. Como la luna nueva, brillan un poco al empezar la noche, pero se esconden antes del alba.
¡Perseverar es difícil! Tomar la cruz a diario, orar siempre, velar día y noche, y nunca quitarse la armadura para descansar, hace que muchos se alejen entristecidos de Cristo. Pero este es tu llamamiento: hacer de la fe cristiana el trabajo diario, sin vacaciones cada año. Estos ejemplos bastan para demostrar el coraje y valor que necesitas».
Fuente: El cristiano con toda la armadura de Dios Ed. The Banner of Truth Trust.
excelente comenzar de nuevo escribiendo
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