viernes, 11 de mayo de 2012
¿Cómo podemos desarrollar un pensamiento serio y reflexivo?
Por Sugel Michelén
En primer lugar, debemos clamar a Dios cada día que nos ayude a desarrollar esa disposición de mente y de corazón, porque muchas cosas se alían contra nosotros para que no seamos reflexivos, comenzando con la indisposición natural de nuestra carne que se opone violentamente contra todo lo espiritual.
Dice Pablo en Rom. 8:7 que “los designios (o pensamientos) de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden”. Se trata de una enemistad irreconciliable. Los pensamientos que emanan de nuestra carne son enemistad contra Dios, se oponen violentamente a todo lo bueno y espiritual.
El pensar en aquellas cosas en las que un creyente debe pensar requiere de un esfuerzo de nuestra parte, de una lucha. Observa otra vez la foto de “El pensador” de Rodin que encabeza este artículo y te darás cuenta que el pensador no se encuentra en una posición relajada. Todos sus músculos están en tensión. ¿Sabes por qué? Porque él está pensando, no sabemos exactamente en qué, pero podemos suponer que está pensando en algo serio; y pensar seriamente requiere de esfuerzo. ¡Cuánto más cuando se está pensando en cosas santas y espirituales! Encontraremos indisposición en nuestra carne para pensar en estas cosas; debemos saber que tendremos que luchar con nuestros pensamientos.
Pero ese no es el único obstáculo que debemos vencer. También tenemos que luchar contra el espíritu de nuestra época. Vivimos en una época en la que, paradójicamente, se tiene mucha información a la mano, pero en la que al mismo tiempo se atenta seriamente contra el proceso de pensamiento del hombre. Nunca antes había tenido el hombre tantas cosas en las cuales refugiarse para no pensar, y sobre todo tantas cosas tan accesibles. TV, videos, revistas insulsas y todo lo que ofrece la Internet. No se trata de una tarea fácil abstraerse de esas cosas para ocupar nuestro tiempo en algo útil y productivo.
Es más sencillo desconectar la mente frente a una pantalla de TV, o divagar por Facebook, que tomar un buen libro y alimentar el alma. Debemos clamar incesantemente a nuestro Dios que nos libre de ese terrible espíritu de la época, de esa ligereza que tristemente caracteriza nuestra generación.
En segundo lugar, debemos esforzarnos por llenar nuestras mentes de todo aquello que nos permitirá ser cada vez más reflexivos y más serios y profundos en nuestro proceso de pensamiento. Y hay varias cosas que debemos hacer en ese sentido.
Primero que todo, esfuérzate por leer diaria, ordenada y sistemáticamente, la Palabra de Dios. Dice Pablo en Col. 3:16 que la Palabra de Cristo debe morar abundantemente en nosotros. ¿Quién es el varón bienaventurado, de acuerdo a la enseñanza del Sal. 1? Aquel que medita día y noche en la ley del Señor. Pero, ¿cómo podría este hombre meditar en estas cosas si no crece día por día en el conocimiento de dicha ley?
Pero no solo debes esforzarte por desarrollar un buen hábito de lectura bíblica; el cristiano está llamado a desarrollar un buen hábito de lectura general. Nutre tu mente y tu corazón con todas esas obras escritas por hombres de Dios del pasado y del presente que te ayudarán a comprender mejor las Escrituras y que te ayudarán también a lidiar mejor con las dificultades de tu propio corazón.
Procura también rodearte de amistades que sean un estímulo para ti con sus conversaciones. No olvides que las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres. Es imposible llegar a ser una persona reflexiva si nos exponemos a menudo a conversaciones insulsas y vanas.
En tercer lugar, ocupémonos de ayudar a nuestros hijos a desarrollar ese hábito de pensamiento piadoso desde pequeños. Conversen con ellos de temas bíblicos apropiados para su edad, ayúdenles a cultivar el hábito de lectura desde pequeños. Cuídenlos de todo aquello que pueda contribuir a volverles vanos o vagos para pensar; como el uso excesivo de la TV, por ejemplo.
Cuántas veces hemos oído la queja de creyentes que nos dicen que sus padres no los ayudaron a forjar un buen hábito de lectura. Y ¿vamos ahora a repetir ese mismo error con nuestros hijos? Es nuestra responsabilidad levantar una generación que no sólo cultive su mente y su intelecto, sino que también sepa poner esa mente y ese intelecto al servicio de Dios y de los hombres.
¿Sabes por qué muchas personas terminarán perdidos en el infierno? Por ser irreflexivos. Escucha lo que un siervo de Dios del siglo pasado dijo al respecto: “La falta de reflexión es una razón simple de por qué miles de almas se pierden para siempre. Los hombres no consideran, no miran hacia el futuro, no observan a su alrededor, no meditan en el fin de su camino actual, ni en las infalibles consecuencias de su andar presente. Y al fin despiertan para ver que están condenados por falta de reflexión” (J. C. Ryle).
El enemigo de nuestras almas no quiere que nos detengamos a pensar. El hará todo lo posible para que el hombre no consideres seriamente que la vida tiene un fin, y que algún día todos nos presentaremos delante del tribunal de Dios para dar cuenta.
El no quiere que los hombres mediten en el verdadero estado de su corazón delante de Dios, ¿sabes por qué? Porque como alguien ha dicho, “él sabe que un corazón no convertido es como los libros de un comerciante deshonesto, que no resistirá una inspección minuciosa”.
El problema es que algún día esos libros serán chequeados, y entonces no habrá escapatoria. Cultivemos un pensamiento serio y profundo y, dentro de nuestras posibilidades, ayudemos a otros a hacer lo mismo, sobre todo a nuestros hijos. Espero de todo corazón que el Señor despierte a algunos por medio de estas palabras; si somos creyentes no solo debemos amar a Dios con todas nuestras fuerzas, sino también con toda nuestra mente.
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