Quiero
empezar acentuando lo muy necesario que es prepararse. Claro que es posible que
el Espíritu Santo nos dé un mensaje en el púlpito, pero la experiencia nos
sugiere que el mismo Espíritu hace una obra mucho mejor en nuestro estudio.
Quiero
contarles una historia de un pastor episcopal. No creo que esto se pueda aplicar
a un pastor bautista o presbiteriano. Pero este pastor episcopal, ya desde
hacía mucho tiempo había abandonado la práctica de prepararse para sus
sermones. Se había hecho muy perezoso y no había nadie que lo supervisara. Su
congregación era de gente sencilla y el pastor tenía un don natural para
hablar. Podía predicar todos los domingos sin ninguna preparación. Pero un
domingo por la mañana este buen hombre recibió un sacudimiento. Cinco minutos
antes de empezar el sermón, vio que estaba el obispo, quien se sentó en la
congregación. Este pastor perezoso había podido engañar a su congregación por
muchos años, pero no confiaba en poder hacerlo con el obispo. Así que se portó
amable, fue al obispo, y le dijo: “Señor obispo, tengo mucho placer en darle la
bienvenida en esta mañana. Pero antes de que empiece el sermón creo que debo explicarle
que hace algunos años tomé un voto muy solemne y me prometí que nunca más ya
prepararía mis sermones; hice voto de que predicaría improvisando y que confiaría
en el Espíritu Santo”. El obispo respondió que eso estaba bien y que entendía perfectamente.
El pastor empezó el servicio, pero a la mitad del sermón el obispo se levantó y
salió. Cuando terminó el sermón el pastor fue a su estudio y sobre la mesa encontró
un recado escrito a mano por el obispo. Y esto es lo que decía: “Te absuelvo de
tu voto”.
Necesitamos
prepararnos, pero la pregunta es ¿cómo lo vamos a hacer? Permítanme decirles
que esta pregunta exige una respuesta muy subjetiva. No hay ninguna forma única
y sola de preparar un mensaje expositivo. Cada predicador debe encontrar su propio
método. Realmente es un error copiarse el uno al otro
Escoger el texto
Sin
embargo, hay ciertos principios que siempre se pueden aplicar y esos se los quiero
sugerir a ustedes en seis pasos.
El primer paso es el de escoger su texto. No podemos
empezar a prepararnos mientras no escojamos el texto. Pero la selección del texto
a menudo representa un dolor de cabeza; no por el hecho de que haya tan pocos textos,
sino por el hecho de que hay muchos. Si estamos estudiando la Biblia como debemos,
hay muchísimos textos de los cuales podemos predicar. ¿Cómo entonces vamos a
escoger? Les voy a sugerir tres factores principales que nos pueden ayudar en la
selección de textos.
a)
Existe un factor externo. Puede ser la época del año; por ejemplo, la Navidad, el
día de Resurrección, o la época de la cosecha. También puede ser que se esté
debatiendo un tema en los periódicos locales; puede haber algo relacionado con
las elecciones, o problemas morales, como el aborto o la eutanasia, o la pena
de muerte. Puede ser que haya un escándalo nacional. O puede ser que haya
sucedido una catástrofe, como el terremoto de Guatemala, y la gente está
preocupada por el problema del sufrimiento, y como cristianos se preguntan si
hay alguna palabra del Señor acerca de esto. Estos son algunos ejemplos de
factores externos. Los factores externos son los de la situación en que vivimos
que posiblemente nos estén presionando para predicar sobre cierto tema o cierto
texto en un determinado momento.
b)
Existe también un factor personal. No cabe duda alguna de que los mejores sermones que
predicamos, son los que nos hemos predicado a nosotros mismos. Cuando
estudiamos la Biblia, en algunas ocasiones, Dios nos habla de una manera muy
especial, y hace resaltar un versículo del texto. Nos parece muy brillante,
casi fosforescente, y el corazón arde dentro de nosotros.
Con
frecuencia son estos los mejores textos y son los que debemos predicar al pueblo.
Tal vez algunos de ustedes hayan oído el nombre del Dr. José Parker.
Fue
un predicador Congregacional de Londres, a fines del siglo pasado.
Había
predicado un gran sermón un domingo y después del culto, en el anexo, se le
acercó un visitante y le dijo “quiero agradecerle por este sermón porque me
hizo mucho bien”. Esta fue la respuesta del Dr. Parker: “Señor, yo lo prediqué
porque a mí me había hecho bien”. El famoso predicador había dado un mensaje
basado en su propia experiencia con el texto. Se puede esperar entonces que
todos nosotros mantengamos un cuaderno de notas y que escribamos en él los
textos que hayan significado una bendición para nosotros. Debemos por así
decirlo, capturar los momentos fugaces de la inspiración. Por supuesto yo no
conozco la condición de la mente de cada uno de ustedes, pero sí sé la
condición de la mía. Por lo general está vagando en la niebla o en el smog,
pero de cuando en cuando la niebla se levanta un poquito y entra el sol, y
entonces puedo ver la verdad con una claridad tal como no la había visto antes.
Es este un momento de inspiración, un momento de razón y de emoción. Tenemos
que capturar estos momentos antes de que vuelva la niebla. Estos factores son
factores personales.
c)
Existe un factor pastoral. Esto significa que se descubre una necesidad en la vida de
la congregación. Es por esto que los mejores predicadores por lo general han
sido también los mejores pastores: conocen a su gente y saben de sus
necesidades. Con frecuencia el tema para una predicación surge de una entrevista
personal. El predicador necesita saber cuáles son las necesidades de su gente y
comprenderlas.
Supongo
que alguien entre ustedes esté trabajando con un equipo pastoral. Yo por mi
parte creo más y más que todos nosotros debemos volver al concepto de equipos o
elencos pastorales. En el Nuevo Testamento se nos enseña esto muy claramente.
Desde el principio Pablo puso grupos de ancianos en cada una de las Iglesias.
Por muchos años hemos tenido un equipo pastoral en Londres. Nos reunimos una
vez por semana, pero también salimos fuera juntos y pasamos por lo menos un día
entero en comunión, cuando menos tres veces al año. Cuando nos apartamos así
por un día, siempre la predicación está incluida en nuestro programa.
Nos
preguntamos entre nosotros mismos: ¿cuáles son las necesidades de nuestra congregación
que hemos descubierto en nuestra obra pastoral? ¿Habrá algunas doctrinas que
necesitamos acentuar o aclarar? ¿Habrá algunos deberes éticos que se están
descuidando? Entonces, al compartir juntos nuestras experiencias decidimos qué
es lo que vamos a predicar, y luego procuramos planear nuestro calendario de predicación
para los próximos tres meses, o algo así.
Tenemos
la responsabilidad de predicar todo el consejo de Dios al pueblo, y no podemos
hacer esto si no lo planeamos. Así que, planeamos series de sermones para poder
desarrollar, según la necesidad, algunos tópicos en forma amplia. También les damos
la oportunidad a los miembros de nuestra congregación que soliciten alguna predicación.
Asimismo en ocasión ponemos atrás, en la parte posterior de la iglesia, una
caja, e invitamos a la gente que allí ponga sus sugerencias y peticiones
escritas.
Los
congregantes pueden pedir un sermón sobre un tema particular, lo que ellos quisieran
que se predicara. Esto nos ayuda para entender cuáles son sus necesidades.
He
aquí, entonces, tres de los factores que nos ayudan a escoger nuestros textos: el
externo, el personal y el pastoral.
Empaparse del texto
Bueno,
ahora yo doy por sentado que hemos escogido el texto. El paso número dos es:
medite sobre él, léalo, vuélvalo a leer, y vuélvalo a leer, vuelva a releerlo y
continúe leyéndolo, dándole vueltas y vueltas en su cabeza. Agótelo como si
fuese una flor, como si fuera un picaflor que procura sacarle la esencia. Cada
predicador es un chuparosas.
Ustedes
deben chupar sus textos como un niño que chupa una naranja y la chupa hasta que
está seca. Póngase sobre el texto, tritúrelo como si usted fuera un perro
preocupado solamente por roer su hueso. Mastíquelo tal como la vaca mastica
rumiando. Hay que trabajar mucho; puede ser que se pase horas laborando con el
texto. Todavía no busque comentarios; haga sus meditaciones propias, por sí
mismo. Por mi parte yo encuentro que me ayuda mucho ponerme de rodillas y abrir
la Biblia delante de mí, no porque haya algo especial en relación con
arrodillarme, sino porque es una postura de humildad delante de Dios, y
queremos humillarnos delante de Él y delante del texto. Tenemos que orar que el
Espíritu Santo ilumine nuestras mentes y que nos hable por medio del texto.
Durante
este período puede ser que nos hagamos algunas preguntas. Hay dos preguntas en
especial que podemos hacerle al texto. La primera y principal es ¿qué quiere
decir el texto? Aquí tenemos que emplear los principios adecuados de la interpretación
bíblica. La pregunta no es ¿qué quiere decir para mí? ¿Qué significa para mí?
La primera pregunta es mucho más objetiva. La pregunta es ¿qué significaba cuando
fue escrito por primera vez? Necesitamos trasladarnos al contexto histórico porque
cuando el Señor habló, su palabra la pronunció en un contexto histórico.
Entonces
nosotros debemos trasladarnos en el pensamiento al contexto original y de este
contexto preguntar: ¿qué significa?
La
segunda pregunta es: ¿Qué es lo que nos dice a nosotros? Esto quiere decir: ¿Cuál
es su mensaje para hoy? Entonces llegamos al contexto del día de hoy. Este no
es el contexto histórico original; es el contexto contemporáneo, en el cual la
Palabra de Dios se habla hoy en día. El verdadero trabajo de la exposición es
relacionar esos dos contextos. A medida que ustedes se están haciendo esas
preguntas, escriban sus pensamientos. En este momento no les llegarán en ningún
orden, pero escríbanlos de todas maneras, aunque les parezcan un gran caos.
Solamente
después de haber hecho esta primera meditación, es cuando se debe buscar los
comentarios. Quizá algunos de ustedes conozcan el nombre de Campbell Morgan.
Muchos de sus libros todavía están en circulación. Él escribió un libro
sencillo y muy corto sobre la predicación.
En
este libro dice: “Por muchos años me he regido por una regla muy estricta: que nunca
vi el comentario sobre un texto hasta haber pasado algún tiempo sobre el texto
a solas. Este es mi método”. Así que demos tiempo a esta meditación.
Encontrar el núcleo del texto
Esto
me lleva al tercer paso. Este paso concierne con descubrir y aislar el pensamiento
dominante del texto. ¿Cuál es la principal intención del texto? El texto, a lo
mejor, enseña muchas cosas, pero ¿cuál su mensaje principal? Es muy importante preocuparse
de esto. Los congregantes no se acordarán de muchos detalles del sermón.
Si
queremos que sientan el impacto del sermón, sólo lo harán si en él hay un pensamiento
dominante. Es por eso que nosotros debemos perseverar en meditar sobre el texto
hasta que surja este pensamiento dominante. Nos preguntamos: ¿qué es lo que dice
Dios por medio de este texto? ¿Dónde está el énfasis? Nosotros necesitamos meternos
dentro del texto, hasta que no solamente estemos metidos en el texto sino también
estemos bajo el texto y el texto se meta en nosotros y el mensaje del texto empiece
a controlar nuestros pensamientos. El texto mismo comienza a emocionarnos, empieza
a posesionarse de nosotros, y entonces nos convertimos en siervos de la Palabra.
Yo creo que debemos permanecer meditando hasta que esto suceda, hasta que el
fuego comience a quemarnos por dentro, y nosotros empecemos a arder con el
texto.
Estructurar el mensaje
El paso número cuatro es arreglar
los materiales para que sirvan al pensamiento dominante. Puede que entonces ya
tengan mucho material escrito en las notas, aunque de una manera un tanto desarticulada.
También ustedes ya tienen al descubierto el pensamiento dominante que está
ardiendo en sus mentes. Entonces el material debe arreglarse para que este pensamiento
dominante sea claro.
Hay
aspectos tanto positivos como negativos en relación con ello.
Empezaré
con los negativos. Tenemos que ser muy enérgicos para rechazar todo lo que no
es pertinente. Durante el período de nuestra meditación, toda clase de pensamientos
se nos ha metido en la cabeza. Nos llegaron múltiples ideas, muchas muy llamativas,
y existe la tentación de meter todo en el sermón. Debemos resistir esa tentación,
y solo debemos incluir materiales que sean pertinentes al pensamiento dominante.
Debemos esforzarnos por tener disciplina mental para reforzar los otros pensamientos
para otra ocasión.
Ahora
vamos a ver el aspecto positivo. Debemos subordinar el material al tema de tal manera
que lo aclaremos y hacer que su impacto sea aún más fuerte. Debemos, entonces,
empezar a dar cierta estructura, al sermón. El peligro es tratar de imponer una estructura
artificial en el texto. Esto siempre distrae y puede llevarnos a conclusiones erróneas.
La regla de oro es que permitamos que el texto nos dé su propia estructura.
Se
dice que hace algunos años había un predicador que tenía un martillo de oro.
Tomándolo
en su mano pegaba con este martillo suaves golpecitos al texto. Al recibir estos
suaves golpecitos el texto se rompía en sus partes naturales. De esta manera debemos
buscar las divisiones naturales del texto.
Por
favor olvídense de esa casi universal esclavitud a los tres puntos. Claro que
Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, y algunas veces la trinidad nos da tres
puntos. También sabemos que el tiempo es presente, pasado y futuro, y algunas
veces el tiempo nos da tres puntos. Pero en algunas ocasiones tendremos
solamente un punto, o sólo dos. Y algunas veces cuatro o cinco puntos son necesarios
para que la estructura sea natural, y no artificial.
Sigo
adelante, dejando la estructura para considerar las palabras. Las palabras son muy
importantes, pues tenemos que vestir nuestros pensamientos en palabras. Creo en
la inspiración verbal de las escrituras. Esto quiere decir que el Señor se
preocupaba por las palabras. Y si fueron importantes para Él, también deben ser
importantes para nosotros. El Señor sabía que no podía comunicar su mensaje
preciso sin palabras precisas. Es porque ellas son muy importantes, que estoy
luchando por encontrar las palabras adecuadas al hablarles a ustedes ahora. Y
por eso también, al interpretar, lucho tanto para encontrar las palabras
precisas para dar este mensaje. Las palabras tienen valor, son importantes.
Vale la pena tomarse el trabajo de encontrar las palabras que sean vivas y
sencillas. Yo, por mi parte, no creo que sea muy recomendable subir al púlpito
para leer un sermón escrito. Tampoco debemos memorizar el manuscrito para leerlo
en nuestras mentes, pero sí creo en la disciplina de que durante nuestro
estudio debemos escoger las palabras que comuniquen con exactitud nuestros
pensamientos. En muchas ocasiones estas palabras nos llegan cuando estamos en
el púlpito y debemos estar lo suficientemente libres de un documento escrito
para emplearlas. Así que no despreciemos las palabras; son los ladrillos con
que se edifican las oraciones. No hay significado si no hay palabras.
Ahora
llegamos a considerar las ilustraciones.
Estas pueden ser historias, anécdotas, o
parábolas. Personalmente, yo sé que una de mis más grandes faltas es que no uso
suficientes ilustraciones. Les contaré lo que me dijo un amigo mío después de
que se publicó uno de mis libros. (Creo que todavía es mi amigo). Era el libro
una exposición que no tenía suficientes ilustraciones. Me dijo: “Es como un
edificio sin ventanas, es como si fuera un budín sin sabor”. Creo que era una
crítica fuerte, pero también temo que haya sido demasiado certera. Así que
necesitamos ilustraciones, pero el propósito de las ilustraciones es ilustrar,
y hacer que la verdad sea clara y refulgente. No tener ilustraciones en un
sermón es mejor que ponerle una ilustración que no cabe. Así que no hay que
meter ilustraciones por el gusto de meterlas. Nada de eso.
El
gran propósito de las ilustraciones es el de hacer que una idea abstracta sea concreta,
que se convierta lo abstracto en concreto. Hace algunos minutos quise ilustrarles
lo que yo quería decir con la palabra meditación. La meditación es una idea abstracta
y por eso hablé del picaflor, del perro con su hueso y de la vaca que rumia.
Quise
emplear las ilustraciones para ayudarme a comunicar lo que significaba la meditación.
Este es el propósito de las ilustraciones. Todo esto es el cuarto paso: arreglar
el material para que sirva al pensamiento dominante; el arreglo incluirá estructura,
palabras e ilustraciones.
Elegir la introducción y conclusión
El
quinto paso: Agreguen una introducción y una conclusión. Les recomiendo con toda
la firmeza que dejen esto casi hasta el final. Lo mejor es preparar el cuerpo
del sermón primero. Después de que hemos aislado el pensamiento dominante se
puede preguntar ¿cómo lo introduciré y cómo lo concluiré?
Tomemos
primero la introducción. La introducción tiene dos propósitos principales.
El
primero es el de despertar el interés. No debemos permitir que la gente se nos
duerma antes de empezar. ¿Saben ustedes lo que sucede cuando empieza un sermón?
Se puede ver que la gente cierra los ojos, parece como que se está apagando.
Parece
que oyen el sonido, el ¡click! como cuando se está apagando la radio o la televisión.
Algunos doblan las manos, para dar la impresión de estar orando, pero se sabe
muy bien que ya están dormidos. No debemos permitirles que se duerman. La introducción
debe despertarles el interés de tal manera que por lo interesante no deje dormir
a los oyentes.
En
segundo lugar, la introducción debe conducir la mente al tema. La introducción debe
hacer estas dos cosas juntas. Es muy fácil despertar el interés de la gente. Se
puede contar algún chiste, o alguna historia trágica que les haga llorar; pero
habiendo despertado el interés existe el peligro de que se lo vuelva a perder,
a menos que la introducción los guíe hacia el tema del sermón. También es muy
fácil introducir el tema y hacerlo de tal manera que los oyentes pierdan el
interés antes de que el sermón empiece. La cuestión es cómo hacer ambas cosas
al mismo tiempo. Tenemos que introducir el tópico, pero de tal manera que podamos
despertar el interés y mantenerlo.
¿Cómo
hacer esto? Bueno, la forma tradicional de empezar un sermón es: “éste es mi texto”
o “para esta mañana mi texto es éste”. A muchos de nosotros se nos ha enseñado que
así se debe empezar un sermón. El valor de empezar con esto es obvio, puesto
que declara desde el principio que no estamos ventilando nuestras propias
opiniones sino lo que vamos a hacer es exponer la Palabra de Dios. Por esto
decimos: “este es mi texto”.
Pero,
a pesar de esto, este medio tradicional hace que mucha gente desde el principio
nos desatienda por acondicionamiento. Es recomendable, cuando menos en algunas ocasiones
empezar de una manera distinta. Por ejemplo se puede empezar con una situación
en lugar de un texto, o se puede anunciar un tema muy interesante y luego preguntar
si la Palabra de Dios tiene algo que decir acerca de esto.
Les
voy a dar algunos ejemplos de lo que quiero decir. Supongamos que ustedes van a
predicar sobre el versículo más conocido de la Biblia, que por supuesto es Juan.
3:16.
Más
aún, vamos a suponer que lo van a predicar tanto a creyentes como a no
creyentes.
Estoy
seguro de que si ustedes anunciaban el sermón con las palabras: “mi texto en esta
mañana es Juan. 3:16”, ya desde este mismo momento gran parte del auditorio no
les escucharía. La mayoría de las congregaciones han escuchado cientos de
sermones basados en Juan. 3:16, y si se los piden, ellos pueden repetir el
texto de memoria. Que los oyentes puedan repetir un texto es algo bueno, pero
mejor todavía es que oigan cómo el predicador explica el texto, y cómo lo
aplicó a su vida. Por eso, vale, a veces, usar otra forma, una no tan
tradicional para introducir el texto.
Bueno,
todos están hablando hoy en día de la calidad de vida. Los ecólogos están hablando
de esto. Dicen: “¿De qué sirve sobrevivir la crisis ecológica si no hay calidad
de vida?” Los sociólogos también la mencionan, como así mismo los
planificadores de las ciudades y los psicólogos. ¿Entonces por qué no empezar
con este punto y decir que todo el mundo está hablando de la calidad de vida?
Ustedes pueden dar muchos ejemplos de la calidad de la vida. Luego pueden
decir: “pero los cristianos tienen una calidad de vida superior y esto es lo
que la Biblia llama vida eterna”. Entonces pueden ver ese aspecto habiendo
despertado su interés de una manera eficaz.
Tomemos
otro ejemplo de la segunda carta a los Corintios 5:17: “Si alguno está en Cristo
nueva criatura es; las cosas viejas pasaron, he aquí todas son hechas nuevas”.
Es un texto maravilloso, un texto que llena a cualquiera de gozo y emoción.
¿Pero cómo introducirlo? Otra vez, supongamos que ustedes empiecen con una
pregunta a la congregación, de esta manera: “¿Creen ustedes que la naturaleza
humana puede cambiarse?” Es esta una pregunta importantísima. Entonces ustedes
pueden seguir e indicar porqué es importante: Es importante socialmente;
estamos anhelando mejores estructuras sociales. Pero las estructuras mejores
exigen mejor gente, porque es la gente la que produce las estructuras. ¿Cómo
podemos cambiar a la gente para que ésta cambie las estructuras? Esto tiene
importancia social y tiene una importancia personal, nosotros necesitamos
cambiar. ¿No han deseado ustedes alguna vez, volver a empezar la vida?
Claro
que sí. Todos lo hemos deseado. Todos tenemos algo en nuestro pasado de lo cual
estamos avergonzados. De esta manera se puede seguir adelante despertando su
interés:
“¿Será
posible cambiar la naturaleza humana?” Ustedes pueden mencionar que muchas gentes
han dicho que la naturaleza humana no se puede cambiar. Entonces viene el texto:
“pero Dios dice que sí, la naturaleza humana sí puede cambiar y el Señor Jesucristo
la puede cambiar, y puede hacerlo a uno una nueva persona”. Esto lo digo nada
más como una sugerencia: que en algunas ocasiones nosotros empezamos situacionalmente
en lugar de lo tradicional.
Ahora
pasemos de la introducción a la conclusión. La conclusión no es lo mismo que una recopilación. Mucha
gente recopila lo que ha dicho y luego se detiene allí, pero no llega a ninguna
conclusión. Una persona describía su propio método en la predicación de esa
manera: “primero les digo que lo que les voy a decir; luego les digo lo que les
tengo que decir, y al fin les digo lo que les había dicho”. Este predicador
dice la misma cosa tres veces, pero no hace ninguna conclusión. Es muy bueno
recopilar, pero tienen que seguir hacia la conclusión, y la conclusión siempre
debe requerir acción.
Siempre
que nosotros prediquemos, debemos predicar para que haya una decisión.
No
quiero decir que sea sólo una decisión evangélica, sino también una decisión
para los cristianos, para que ellos puedan obedecer los mandamientos de Dios, o
que tomen posesión de alguna promesa de Dios, conque el impacto del sermón les
vaya a impresionar. Entonces saldrá de allí gente transformada, gente con una
nueva visión y una nueva resolución. Es la conclusión la que nos llevará a eso.
Los
puritanos del Siglo XVII tenían una buena expresión: hablaban de la necesidad de
predicar hasta atravesar el corazón. En la mayor parte del sermón predicamos principalmente
a la mente. Esto está bien, pero también necesitamos entrar en el corazón y
tocar la voluntad. He aquí la diferencia principal entre una conferencia y un sermón.
Claro que hay otras diferencias. Algunos de ustedes son estudiantes. Les voy a dar
la mejor definición de una conferencia que jamás he escuchado: “una conferencia
es una comunicación de los apuntes del conferenciante a los apuntes del
estudiante sin que pase por la mente de ninguno de los dos”. Hay demasiadas
conferencias de este tipo, pero cuando predicamos lo que hacemos es atraer a la
mente de los oyentes y por medio de sus mentes, su corazón y su voluntad. La
Palabra de Dios siempre demanda una respuesta. Los que oyen siempre deben ser
hacedores de la Palabra y no solamente oidores. Debemos aplicar el tema
dominante del texto de tal manera que exija acción.
Una
manera de hacerlo es prepararse para predicar, es llevar la imaginación a la gente
en la congregación. Luego se pregunta qué es lo que esta porción de la Palabra
de
Dios
tiene que decir a esta pareja de recién casados, o a esa pareja que están en el
noviazgo, todavía sin casarse; qué tiene que decir a los padres, o a los niños
pequeños; qué tiene que decir a la gente mayor, las que están llegando ya al
final de su vida, o a las que están sin empleo, o a los jóvenes, o a los
adolescentes. Usemos nuestra imaginación y pensemos en todas las personas de
nuestra congregación en este pueblo amado por el cual Cristo murió.
Orar por el mensaje
El
paso número seis me llevará unos minutos nada más. El paso número seis es: oren
por su mensaje. Este es el paso que la mayoría de nosotros pasamos por alto. Yo
les confieso a ustedes que en muchas ocasiones no doy suficiente importancia a
este paso.
Ojalá
que seamos muy cumplidos en la preparación de nuestros mensajes, para que subamos
al púlpito con un mensaje bien preparado. Pero si de alguna otra manera no hemos
verdaderamente orado por él, si no lo hemos poseído como nuestro, si no se ha pasado
de nuestra mente a nuestro corazón, y si nuestro corazón no está ardiendo dentro
de nosotros al subir al púlpito, entonces no es una aclaración auténtica de
nuestro corazón. Terminaré diciendo lo que decía un predicador negro de los
Estados Unidos, que describía su predicación con cuatro pasos: primero, me
saturo, me lleno de lectura; segundo pienso hasta que todo se me aclare; en
tercer lugar oro para calentarme lo más que pueda, y después de eso me lanzo a
predicar.
La oración
La oración es una conversación de ida y vuelta.
Hablamos con Dios y Él habla con nosotros. Como cristiano tienes un Padre que
escucha y contesta tus oraciones.
Todo hombre o mujer que ha valido algo para la
Iglesia y para el Reino de Dios, ha sido una persona que ha sabido orar. Un cristiano
que no ora es un cristiano sin poder. Jesucristo pasaba noches enteras en
oración. Si Él sentía que debía orar ¡cuánto más nosotros!
Billy Graham
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