sábado, 26 de mayo de 2012

La Incredulidad de los Creyentes

Por Salvador Gómez Dickson

Al entrar en contacto con las personas, dependiendo de nuestros gustos y susceptibilidades, tendemos a fijarnos en un sin número de cosas. Observamos cómo se visten los demás, sus peinados, si hablan mucho o poco, peculiaridades personales, etc. Aunque podemos decir que la gente se fija en asuntos relevantes acerca de los demás, tenemos que admitir que en la mayoría de los casos no es así. Para percatarnos de esto, basta con echar un vistazo a las secciones de sociedad de los principales medios de comunicación. A veces se le dedica más espacio a un artículo acerca de las extravagancias de un artista que a desastres y calamidades que han tomado la vida de centenares.

¿Cuál era, sin embargo, el tipo de cosas que llamaban la atención del Señor Jesucristo? Si tenemos que mencionar una de estas cosas tendríamos que hablar necesariamente de la fe.


• Cuando los amigos del paralítico le bajaron por el tejado, se nos dice que el Señor observó su fe: “Al ver él la fe de ellos, le dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados” (Lucas 5:20).
• Podemos mencionar igualmente aquella ocasión cuando Cristo sanó a la mujer enferma de flujo por doce años: “Ten ánimo, hija; tu fe te ha salvado” (Mateo 9:22).
• Encontramos el caso de la mujer cananea. ¿Qué escuchó del Señor? “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres” (Mateo 15:28).
• Vemos la pregunta que hizo a los discípulos: “¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan?” (Mateo 16:8).
• Cuando confrontó a los escribas y fariseos, les recriminó el haber dejado lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23:23).
• Recordemos también a los discípulos en medio del mar en tempestad. De todas las cosas que Cristo les pudo preguntar, la fe tuvo la preeminencia: “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (Marcos 4:40).
• Fue la fe del centurión lo que más le llamó la atención: “Jesús se maravilló de él, y volviéndose, dijo a la gente que le seguía: Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe” (Lucas 7:9).
• Cuando de los diez leprosos sanados, uno regresó dando gracias, lo que Jesús mencionó explícitamente no fue su gratitud, sino su fe: “Levántate, vete; tu fe te ha salvado” (Lucas 17:19).

Sin duda, la fe ocupa un lugar central en la escala de valores de nuestro Señor.
Por identidad, los creyentes deben estar caracterizados por la fe. Un creyente sin fe sería una contradicción de términos. Sin embargo, la enseñanza de las Escrituras y nuestra honestidad nos llevan a admitir que la presencia de la incredulidad es muy real en los creyentes. Ciertamente es una misericordia divina el hecho de que nuestra salvación no depende de la cantidad de nuestra fe, sino del objeto de la misma.

“La fe más débil justifica. Si tú puedes venir a Cristo y descansar en Él no será en vano… No llegues a pensar que es el vigor de la fe lo que justifica. No, no; nuestra justificación es en Cristo y gracias a su justicia, la cual se recibe por la fe” (Arthur Hildersam).

Ahora bien, habiendo dicho esto, es importante señalar que el deseo de Cristo es que nuestra fe sea fuerte y vigorosa. En varias ocasiones describió a los discípulos como “hombres de poca fe” (Mt.6:30; 8:26; 14:31; 16:8; 17:20). Obviamente hubiera preferido que se caracterizaran por ser hombres de mucha fe. La debilidad en la fe nos expone a ansiedades y temores, a derrotas espirituales y a una vida de oración infructífera.
Los discípulos que iban camino a Emaús estaban muy tristes (Luc.24:17). Humanamente hablando tenían razones para sentirse así. Su maestro había muerto. Pero lo peor era que sus esperanzas habían muerto también. Observemos cómo hablan de sus expectativas en tiempo pasado: “Esperábamos que él era el que había de redimir a Israel” (v.21).
Oyen el reporte de que estaba vivo, y no se produce un cambio de actitud en ellos. ¿Qué mensaje tenía Cristo para ellos? “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (v.25). El Señor no se limitó a ver la tristeza de sus discípulos, sino que habló de la raíz del problema—la incredulidad o falta de fe.

Si hablamos de un apóstol que dudó en incredulidad, a la mente de todos vendría el nombre de Tomás, y es correcto (Juan 20:24-29). Pero no podemos suponer que los demás no fueron culpables de la misma falta. El Cristo resucitado se dirigió a los once y “les reprochó su incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le habían visto resucitado” (Mr.16:14).
De todas las cosas que Jesús enseñó acerca de la fe y de la incredulidad, hay tres que quisiéramos destacar:

1. La incredulidad deja al creyente a merced del miedo y el temor.
El temor al futuro es un problema de fe. Es en el contexto del afán de los hombres ante el porvenir que Cristo calificó a sus oyentes como “hombres de poca fe” (Mt.6:30). La ansiedad generada ante la incertidumbre de la vida sólo puede ser contrarrestada por medio de la fe. En la medida en que tenemos nuestra confianza depositada en las promesas del Dios que nunca miente, en esa medida nos libraremos de la ansiedad. ¿Crees de todo corazón en las palabras del Señor cuando dijo: “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”? (Mt.6:33). La fe hace la diferencia cuando en condiciones que normalmente incitan al afán y a la ansiedad, vemos al hijo de Dios disfrutar de una paz incomprensible para el hombre natural.

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús” (Fil.4:6-7).

La fe nos lleva a poner el asunto en las manos del Dios todopoderoso, y si ya está en sus manos, entonces podemos descansar. Esa es la fe en acción.
¿De dónde brotó el miedo de los discípulos en alta mar? Los tres evangelios sinópticos subrayan el punto de que para Cristo el problema fue la falta de fe. “¿Por qué estáis así amedrentados? ¿Cómo no tenéis fe?” (Mr.4:40).
Lucas destaca el hecho con una pregunta más directa: “¿Dónde está vuestra fe?” (Luc.8:25). Para nuestro Señor la fe debió elevarles por encima de las circunstancias a esperar refugio seguro en medio de la tempestad. Él no está exigiendo de la fe algo imposible de lograr. Esa bendita virtud es capaz de eso y de mucho más. Pero la realidad es que tenemos un problema de falta de fe, de poca cantidad de fe—no tenemos ni siquiera la fe del tamaño de una semilla de mostaza. Es, pues, la fe la solución para muchos de nuestros problemas de temores, dudas y ansiedades.


“Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3).

2. La incredulidad aumenta la vulnerabilidad del creyente ante la tentación.
Es muy iluminador observar que cuando el apóstol Pablo describe la armadura del cristiano, la fe desempeña un papel protagónico en la defensa contra los ataques de Satanás. Él habla del escudo de la fe que apaga todos los dardos de fuego del maligno (Ef.6:16), y se refiere a “la coraza de la fe” (1 Tes.5:8) con que podemos permanecer firmes en un mundo de tinieblas. Somos vulnerables; pero la incredulidad nos hace más vulnerables todavía.
El pasaje clave en esto es Lucas 22:31-32. El diablo pidió el poder zarandear a los discípulos en el momento crucial del apresamiento de Jesús. En un instante de tanta tristeza, el enemigo aprovecha para lanzar un ataque demoledor. ¿Cuál era la esperanza? ¿Qué dice Cristo? “Pero yo he rogado por ti, que tu fe no falte; y tú, una vez vuelto, confirma a tus hermanos.” La fe iba a ser ese escudo y esa coraza que defenderían al apóstol.
¿Y nosotros hoy? ¿Cómo podremos tener victoria? Si caemos, ¿cómo podremos levantarnos? La fe es la respuesta. Es el mismo Pedro que, después de describir al diablo como un león rugiente, dice: “Al cual resistid firmes en la fe” (1 Pedro 5:9). Por la fe podemos hacer que sea el León de la tribu de Judá quien luche contra ese león rugiente y maligno. “Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe” (1 Juan 5:4).

3. La incredulidad asesta un duro golpe a la vida de oración del creyente.
La oración y la fe son inseparables. Hablando de la oración eficaz, Santiago nos dice: “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si hubiere cometido pecados, le serán perdonados” (Sant.5:15). Es Dios mismo quien ha colocado la fe como un requisito indispensable. ¿Cómo hemos de obtener sabiduría? El mismo Santiago nos dice que es necesario pedirla con fe.

"Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada. Pero pida con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor"  (Sant.1:5-7).

Observe el énfasis: “No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor.” Pero Santiago no sacó esta enseñanza del vacío. Es la enseñanza general de la Palabra de Dios. “Confía en Jehová… y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal.37:3-4). Es la enseñanza de Cristo en los evangelios.

“Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera? Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible” (Mateo 17:20-21).

“Si puedes creer, al que cree todo le es posible” (Marcos 9:23).

“Tened fe en Dios. Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho. Por tanto, os digo que todo lo que pidiereis orando, creed que lo recibiréis, y os vendrá” (Marcos 11:22-24).

“Entonces respondiendo Jesús, dijo: Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija fue sanada desde aquella hora” (Mateo 15:28).

El punto es éste: el vigor de nuestra fe tiene mucho que ver con nuestra vida de oración. Dios nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, pero la incredulidad es un obstáculo que nos impide apropiarnos de ellas conforme a la veracidad de nuestro Dios. La falta de fe no honra la fidelidad de Dios. “El que no cree a Dios, le ha hecho mentiroso” (1 Juan 5:10).
Nuestra poca fe nos detendrá de ser atletas dispuestos a luchar con el ángel de Peniel y de expresar: “No te dejaré, si no me bendices” (Gén.32:26). La falta de fe nos lleva a orar, como decía el puritano Thomas Manton, como los muchachos que tocan a las puertas y salen corriendo sin esperar que les abran—como si fuera sólo un juego.
El ministerio de Cristo fue un ataque contundente contra la incredulidad en todas sus manifestaciones. Y es nuestro deber, por tanto, oponernos tenazmente a esa raíz de tantos males. Necesitamos suplicar por medidas cada vez más copiosas de fe y de confianza en Dios. Tener fe en la fe no es el remedio que necesitamos. No son las emociones de la fe las que nos harán vencer. Sólo Dios puede darnos la victoria; sólo en Él debe estar depositada nuestra fe. ¿De cuánta fe es digno el Señor? No nos conformemos con la poca fe que Jesús reprendió en los apóstoles, y procuremos escuchar la misma alabanza que le fue dada a la mujer cananea: “¡Grande es tu fe!” (Mt.15:28).

“La incredulidad es el padre de los pecados y se encuentra en todo pecado. Es el pecado más difícil de dominar y el último en ser mortificado. Sigue a todos los hombres desde la cuna hasta la tumba. Ningún cristiano está libre de su escalofriante influencia. Es el espíritu del mundo. No conoce la vergüenza, pero se burla de Dios, arroja dudas sobre la verdad, niega todo lo que Cristo ha dicho o hecho, escarnece la bondad y convierte el amor en veneno…
La mayor necesidad del cristiano es creer más de lo que ya cree. Creemos en una Biblia inspirada, pero necesitamos creerlo más. Creemos en la providencia de Dios; necesitamos creerlo todavía más. Creemos en el Espíritu Santo; necesitamos tener todavía más fe en Él. Creemos en el evangelio como el poder de Dios; todavía no hemos creído como debiéramos. Creemos en la guía y en la dirección de Dios para nuestras vidas; tenemos necesidad de creer y confiar mucho más” (Maurice Roberts, The Banner of Truth, April, 2001, pp.1,4).

A la luz de todo esto que hemos visto, debemos identificarnos con la petición que los apóstoles le hicieron al Señor: “Auméntanos la fe” (Lucas 17:5), y con la del padre del muchacho endemoniado: “Creo; ayuda mi incredulidad” (Mr.9:24). ¿Es esa tu oración? “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc.18:8).

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