miércoles, 29 de agosto de 2012

La santificación - Otros seis principios básicos (2da parte)

Esta es la segunda entrada en la que continúo compartiendo la enseñanza de J. C. Ryle acerca de la santificación. Si no has leído la primer parte te invito a que lo hagas para que tomes la idea completa y comprendas mucho mejor algunos conceptos expuestos en este post.

Puedes hacerlo haciendo click aquí.

También te recuerdo (y pido disculpas si sueno repetitivo) que si no cuentas con tu Biblia en estos momentos, y quieres leer los versículos bíblicos, al hacer click en los de color rojo serás redirigido en una nueva ventana a una Biblia online.

Se ha definido ya que la santificación es aquella obra espiritual interna que el Señor Jesús hace a través del Espíritu Santo en aquel que ha sido llamado a ser un verdadero creyente. Lo separa de su amor natural al pecado y al mundo poniendo un nuevo principio en su corazón que lo hace apto para el desarrollo de una vida consagrada a Dios.  Luego de los primeros seis principios continuamos hoy con los siguientes. ¿Me acompañas?

7- La santificación admite grados y se desarrolla progresivamente

Una persona puede subir uno y otro peldaño en la escala de la santificación, y ser más santificada en un período de su vida que en otro. No puede ser más perdonada y justificada que cuando creyó, aunque puede ser más consciente de estas realidades. Los que sí puede es gozar de más santificación, por cuanto cada una de las gracias del Espíritu en su nuevo carácter y naturaleza, son susceptibles de crecimiento, desarrollo y profundidad. Evidentemente, este es el significado de las palabras del Señor Jesús cuando oró por sus discípulos: “Santifícalos en tu verdad”; y también del apóstol Pablo por los tesalonicenses: “y el mismo Dios de paz os santifique por completo” (Jn. 7.17; 1Ts. 5.23). En ambos casos la expresión implica la posibilidad de crecimiento en el proceso de la santificación.
Pero no encontramos en la Biblia una expresión como “justifícales” con referencia a los creyentes, por cuanto éstos no pueden ser más justificados de los que en realidad ya han sido. No se nos habla en la Escritura de una imputación de santificación, tal como creen algunas personas; esta doctrina es fuente de equívocos y conduce a consecuencias muy erróneas. Además, es una doctrina contraria a la experiencia de los cristianos más eminentes. Estos, a medida que progresan más en su vida espiritual y en la proporción en que andan más íntimamente con Dios, ven más, conocen más, sienten más a Dios (2 P.3.18; 1 Ts.4.1).



8- La santificación depende, en gran parte, del uso de los medios espirituales

Por la palabra “medios” me refiero a la lectura de la Biblia, la oración privada, la asistencia regular a los cultos de adoración, el oír la predicación de la Palabra de Dios y la participación regular de la Cena del Señor. Debo decir, como bien se comprenderá, que todos aquellos que de una manera descuidada y rutinaria hacen uso de estos medios, no harán muchos progresos en la vida de santificación. Y, por otra parte, no he podido encontrar evidencia de que ningún santo eminente jamás descuidara estos medios; y es que estos medios son los canales que Dios ha designado para que el Espíritu Santo supla al creyente con frescas reservas de gracia para perfeccionar la obra que un día empezó en el alma. Por más que se me tilde de legalista en este aspecto, me mantengo firme en lo dicho: “sin esfuerzo no hay provecho”. Antes esperaría una buena cosecha de un agricultor que sembró sus campos pero nunca los cuidó, que ver frutos de santificación en un creyente que ha descuidado la lectura de la Biblia, la oración y el Día del Señor.
Nuestro Dios obra a través de los medios.

9- La santificación puede seguir un curso ascendente aun en medio de grandes conflictos y batallas interiores

Al usar las palabras conflicto y batalla, me refiero a la contienda que tiene lugar en el corazón del creyente entre la vieja y la nueva naturaleza, entre la carne y el espíritu (Gá. 5.17).
Una percepción profunda de esta contienda, y el consiguiente agobio y consternación que se derivan de la misma, no es prueba de que un creyente no crezca en la satisfacción. ¡No! Por el contrario, son síntomas saludables de una buena condición espiritual. Estos conflictos prueban que no estamos muertos, sino vivos. El cristiano verdadero no sólo tiene paz de conciencia, sino que también tiene guerra en su interior, se lo conoce por su paz, pero también por su conflicto espiritual. Al decir y afirmar esto no me olvido de que estoy contradiciendo los puntos de vista de algunos cristianos que abogan por una “perfección sin pecado”. Pero no puedo evitarlo. Creo que lo que digo está bien confirmado por lo que nos dice Pablo en el capítulo séptimo de su Epístola a los Romanos.
Ruego a mis lectores que estudien atentamente este capítulo y que se den cuenta de que no describe la experiencia de un hombre inconverso, o de un cristiano vacilante y todavía joven en la fe, sino que hace referencia a la experiencia de un viejo santo de Dios que vivía en íntima comunión con Dios. Sólo una persona así podía decir: “Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios” (Ro. 7.22).

Creo, además, que lo que he dicho viene confirmado también por la experiencia de los siervos de Cristo más eminentes de todos los tiempos. Prueba de esto la encontrarmos en sus diarios, en sus autobiografías y en sus vidas. Y no porque tengamos este continuo conflicto interno, hemos de pensar que la obra de la santificación no tiene lugar en nuestras vidas. La liberación completa del pecado la experimentaremos, sin duda, en el cielo; pero nunca la gozaremos mientras estemos en el mundo. El corazón del mejor cristiano, aún en el momento de más alta santificación, es terreno donde acampan dos bandos rivales, algo así como “la reunión de dos campamentos” (Cnt. 6.13). Pero, como decía aquel santo hombre de Dios, Rutheford: “La guerra del diablo es mejor que la paz del diablo”.

10- La santificación, aunque no justifica al hombre, agrada a Dios

Aun las acciones más santas del más santo de los creyentes de todos los tiempos están más o menos llenas de defectos e imperfecciones. Cuando no son malas en sus motivos, los son en su ejecución; y de por sí, delante de Dios, no son más que “pecados espléndidos” que merecen su ira y su condenación.

Sería absurdo suponer que tales acciones pueden pasar sin censura por el severo juicio de Dios y obtener méritos para el cielo. “Por las obras de la ley ningún ser humano será justificado”; “Concluímos, pues, que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley” (Ro. 3.20-28). La única justicia se halla en nuestro Representante y Sustituto, el Señor Jesús. Su obra y no la nuestra, es la que nos da título de acceso al cielo. Por esta verdad deberíamos estar dispuestos a morir.

Sin embargo, y a pesar de lo dicho, la Biblia enseña que las acciones santas de un creyente santificado, aunque imperfectas, son agradables a los ojos de Dios: “… porque de tales sacrificios se agrada Dios” (He. 13.16). “Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor" (Col. 3.20). (Nosotros) hacemos las cosas que son agradables delante de El” (1 Jn. 3.22).
No nos olvidemos nunca de esta doctrina tan consoladora. De la misma manera en que el padre se complace en los esfuerzos de su pequeño al coger una margarita o en su hazaña de andar solo de un extremo al otro de la habitación, así se complace nuestro Padre en las acciones tan pobres de sus hijos creyentes. Dios mira el motivo, el principio, la intención de sus acciones, y no la cantidad o cualidad de las mismas. Considera a los creyentes como miembros de su propio Hijo querido, y por amor al mismo se complace en las acciones de su pueblo.

11- La santificación nos será absolutamente necesaria en el gran día del juicio como testimonio de nuestro carácter cristiano

A menos que nuestra fe haya tenido efectos santificadores en nuestra vida, de nada servirá en aquel día el que digamos que creíamos en Cristo. Una vez que comparezcamos delante del gran trono blanco, y los libros sean abiertos, tendremos que presentar evidencia. Sin la evidencia de una fe real y genuina en Cristo, nuestra resurrección será para condenación; y la única evidencia que satisfará al Juez será la santificación. Que nadie se engañe sobre este punto. Si hay algo cierto sobre el futuro, es la realidad de un juicio; y si hay algo cierto sobre este juicio, es que las “obras” y “hechos” del hombre serán examinados (Jn. 5.29; 2 Co. 5.10; Ap. 20.13).

12- La santificación es absolutamente necesaria como preparación para el cielo

La mayoría de los hombres piensan ir al cielo al morir; pero pocos se detienen a considerar si en verdad gozarían yendo allí. El cielo es, esencialmente, un lugar santo; sus habitantes son santos y sus ocupaciones son santas. Es claro y evidente que para ser felices en el cielo debemos pasar por un proceso educativo aquí en la tierra que nos prepare y capacite para entrar. La noción de un purgatorio después de la muerte, que convertirá a los pecadores en santos, es algo que no encontramos en la Biblia; es una invención del hombre. Para ser santos en la gloria, debemos ser santos en la tierra. Esta creencia tan común, según la cual lo que una persona necesita en la hora de la muerte es solamente la absolución y el perdón de los pecados, es en realidad una creencia vana e ilusoria. Tenemos tanta necesidad de la obra del Espíritu Santo como de la de Cristo; necesitamos tanto de la justificación como de la santificación. Es muy frecuente oir decir a personas que yacen en el lecho de muerte: “Yo sólo deseo que el Señor me perdone mis pecados, y me dé descanso eterno”. Pero los que dicen esto se olvidan de que para poder gozar del descanso celestial se precisa un corazón preparado para gozarlo.
¿Qué haría una persona no santificada en el cielo, suponiendo que pudiera entrar? Fuera de su ambiente, una persona no puede ser realmente feliz. Cuando el águila sea feliz en la jaula, el cordero en el agua, la lechuza ante el brillante sol de mediodía y el pez sobre la tierra seca, entonces, y sólo entonces, podríamos suponer que la persona no santificada será feliz en el cielo.1

He presentado estas doce proposiciones sobre la santificación con la firme persuasión de que son verdaderas, y pido a todos los lectores que las mediten seriamente. Todas, y cada una de ellas, podrían ser desarrolladas más ampliamente, y quizá algunas podrían ser discutidas, pero sinceramente dudo de que alguna de ellas pudiera ser descartada y eliminada como errónea. Con respecto a todas ellas pido un estudio justo e imparcial. Creo, con toda mi conciencia, que estas proposiciones podrán ayudarnos a conseguir nociones más claras sobre la santificación.


Nota de los editores
1  La idea del autor, sin duda presentada en forma incompleta, no excluye de la posibilidad de salvación a aquellos que puedan entregar su vida en los momentos previos a su muerte. Lo que desea resaltar es que a la vida eterna no se ingresa con la mera “oración de recibir a Cristo”, sino que este acto debe conllevar el hecho de comenzar una nueva vida sujeta al señorío de Cristo, dure esta uno o diez millones de minutos, lo que en verdad, solo queda reservado al conocimiento y decisión divinos.

Continuaremos en la próxima entrada con las "Evidencias de la santificación"



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...