martes, 10 de noviembre de 2015

La ley y la gracia

Por Miguel Núñez

Con cierta frecuencia, el pueblo de Dios encuentra una gran dificultad en mantener el balance entre verdades bíblicas que nosotros colocamos en polos opuestos, pero que Dios coloca una al lado de la otra. Recientemente leí un artículo donde el autor hacía una comparación entre tres posibles (y únicos) enfoques a la hora de enseñar: la predicación de la gracia del evangelio, el libertinaje, y el legalismo. Si lo presentamos de esa manera, el único tipo de predicación que tiene sentido bíblico es la predicación de la gracia del evangelio. El problema está en que el libertinaje es una distorsión del uso de la ley, como también lo es el legalismo. Ahora bien, la gracia solo representa uno de los atributos de Dios, y por tanto la predicación exclusiva de la gracia nos da una idea incompleta y desbalanceada del carácter de Dios.

viernes, 2 de octubre de 2015

Vanos remordimientos


por Arthur W. Pink

"Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mi. Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles, que no soy digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy; y su gracia no ha sido en vano para conmigo, antes he trabajado más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo".                          1 Corintios 15:8-10


Existe en los hombres y las mujeres de nuestros días una inclinación a interesarse en cualquier cosa que parezca atractiva. Vivimos en la era de la publicidad, y la gente está dispuesta a creer todo lo que se le diga. Cree en los anuncios, cree lo que se le dice, lo que hace suponer que si viera en el pueblo, cristiano algo que le diera la impresión de que estos viven gozosos, felices y triunfantes, se arremolinaría en tomo de ellos, ansiosa por descubrir el secreto de vida tan afortunada. Por lo tanto, no es aventurado deducir que lo que cuenta para las grandes masas de afuera es la condición de los de adentro.

Con mucha frecuencia damos la impresión de que estamos desanimados y deprimidos; a decir verdad, algunos hasta dan la impresión de que llegar a ser cristiano significa encarar problemas nunca antes conocidos. Y así, vistas las cosas de manera superficial, el hombre del mundo llega a la conclusión de que hay más gente feliz fuera de la iglesia que dentro de ella.
Tal percepción, por supuesto, es del todo errónea. Pero tenemos que admitir que, en cierta medida, algunos de nosotros debemos declararnos culpables de tal acusación, y que muy a menudo nuestra depresión espiritual y nuestra mediocre condición de cristianos infelices nos hacen pésimos representantes del evangelio de la gracia redentora.

El temor del hombre


Por J. C Ryle



“El temor del hombre” -verdaderamente- “pondrá lazo” Proverbios 29:25. 

Es terrible observar el poder que tiene sobre la mayoría de las mentes, y especialmente sobre las mentes de los jóvenes. Muy pocos parecen tener su propia opinión, o pensar por sí mismos. Como pescados muertos son arrastrados por la corriente. Lo que los demás piensan que es bueno, ellos también piensan que lo es; y lo que los demás llaman malo, ellos también llaman malo. Hay muy pocos pensadores originales en el mundo. La mayoría de los hombres son como ovejas: siguen al líder. Si fuera la moda del día ser romanista, serían romanistas, si lo fuera ser mahometano, serían mahometanos. Temen mucho la idea de ir en contra de la corriente del día. En una palabra, la opinión del día se convierte en su religión, su creencia, su Biblia y su Dios.
El solo pensar “¿qué dirán o que pensarán mis amigos de mí?” destruye muchas buenas intenciones.



El temor de ser observado, ridiculizado y de ser objeto de las burlas, impide la formación de muchos buenos hábitos. Hay muchas Biblias que pudieran ser leídas este mismo día si sus dueños se atrevieran. Saben que deberían leerlas, pero tienen miedo: “¿Qué dirá la gente?” Hay rodillas que se doblarían en oración esta misma noche, pero el temor a los demás se lo impide: “¿Que diría mi esposa, mi hermano, mi amigo, mi compañero, si me viera orando?” ¡Ay, qué esclavitud tan miserable es ésta, y no obstante, tan común! “Porque temí al pueblo,” dijo Saúl a Samuel cuando quebrantó el mandamiento del Señor (1 Samuel 15:24). “Tengo temor de los judíos” dijo Sedequías, el rey rebelde de Judá; y por su temor, desobedeció el consejo que Jeremías le dio (Jeremías 38:19). Herodes tuvo miedo de lo que pensarían sus invitados, así que hizo lo que lo hizo “excesivamente triste”: decapitó a Juan el Bautista. Pilato temió ofender a los judíos, así que hizo lo que su conciencia le decía que era injusto: entregó a Jesús para ser crucificado. ¿Si esto no es esclavitud, entonces qué es?
Joven, quiero que todos los jóvenes estén libres de esta esclavitud. Quiero que a ninguno de ustedes les importe la opinión ajena cuando el camino del deber es claro. Créeme, es grandioso poder decir: “¡No!” Este era el punto débil del buen rey Josafat, cedió fácilmente en sus tratos con el rey Acab, y, por ello, se acarreó muchos problemas (1 Reyes 22:4). Aprende a decir “No”. No dejes que el temor de no parecer simpático te impida hacer lo que debes. Cuando los pecadores te insisten, di decisivamente: “Yo no consentiré” (Proverbios 1:10).

lunes, 23 de febrero de 2015

El evangelio es un mensaje sobre el arrepentimiento


Por Sugel Michelén


¿Cuáles son los medios que Dios ha provisto para que los pecadores obtengan los beneficios de la obra redentora de Cristo? La Biblia señala únicamente dos: arrepentimiento y fe.

" Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio."  Marcos 1:14-15

La fe y el arrepentimiento no son iguales; pero la fe nunca viene divorciada del arrepentimiento, así como el arrepentimiento nunca viene divorciado de la fe. Y lo que Dios ha unido con un vínculo indisoluble, el hombre no puede separarlo. Dondequiera que hay verdadero arrepentimiento, allí encontraremos también la fe; y dondequiera que haya fe genuina, también habrá arrepentimiento.

La fe sin arrepentimiento no pasa de ser una fe muerta; el arrepentimiento sin fe no pasa de ser remordimiento (como el que sintió Judas antes de ahorcarse). Debemos proclamar a los hombres el arrepentimiento y el perdón de pecados en el nombre de Cristo. El hombre necesita reconciliarse con Dios, recibir Su perdón, pero ese perdón está conectado con el arrepentimiento (comp. Lc. 13:1-5).

Ahora bien, ¿qué significa arrepentirse?

La palabra “arrepentimiento” viene del latín y significa “pensar otra vez”; mientras que la palabra griega que se usa en el NT significa “cambio de mente”. Noten que ambas palabras se relacionan con nuestro proceso de pensamiento. Arrepentirse es cambiar drásticamente de mentalidad.

Dios dice al pecador a través del profeta Isaías: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual será amplio en perdonar” (Is. 55:7).

El llamado de Dios al hombre no es a dejar de pensar, sino a dejar sus pensamientos y a pensar como Dios piensa; ver las cosas como Dios las ve, a juzgarla como Dios las juzga; eso es arrepentirse.

Supongamos que una persona se dirige hacia Santiago por la carretera que va hacia Samaná. Pero en el camino se encuentra con alguien que le hace ver su error, que va por un camino equivocado, ¿qué esperaríamos que haga esa persona ahora que tiene una información correcta? Esperaríamos que dé media vuelta y se disponga a tomar por el camino que lo lleve al lugar donde desea ir.

De igual manera, lo primero que el pecador necesita es la convicción de que va caminando por un camino equivocado que lo ha de llevar a una condenación eterna.

Y luego que el pecador ha adquirido y aceptado esa información como buena válida, ahora entran en juego su voluntad y sus emociones. Él decide caminar por otro camino, a la vez que aborrece el camino anterior y se entristece de haber estado en el error por tanto tiempo.

Quizá la manera más sencilla como podemos entender este concepto es contemplándolo a la luz de la parábola del hijo pródigo, en Lc. 15. Este joven que se había comportado con tal insensatez en el pasado repentinamente comenzó a aborrecer ese estilo de vida que una vez consideró tan atractivo.

Y en completa humillación se dirigió a su padre sabiendo que no tenía nada que demandar. Él no era digno, ni siquiera de trabajar en la finca como un simple criado. El arrepentimiento viene ligado a un profundo sentido de indignidad y de necesidad. Pero al mismo tiempo está estrechamente ligado a una seria determinación de divorciarse de la vida en pecado.

Alguien ha dicho que el arrepentimiento es un divorcio del alma del pecado. El alma toma la resolución de divorciarse del pecado. Es la reacción del individuo que vuelve en sí y por primera vez considera su pecado como la fuente de todas sus desgracias, como algo de lo que debe huir como quien huye de una plaga.

Eso es arrepentimiento. Y sin ese arrepentimiento nadie puede disfrutar de la salvación que Dios ha provisto en Cristo. Dos veces repite el Señor en Lc. 13:1-5: “Si no os arrepentís… pereceréis”. . El hijo pródigo no pidió perdón a su padre mientras continuaba aún viviendo perdidamente.

Él se levantó y fue a su padre; él había tomado la decisión de cortar con ese estilo de vida que hasta ahora había seguido, y entonces pidió perdón. Nadie encontrará perdón para su alma mientras continúe casado con su pecado.

Ahora, es importante aclarar que el arrepentimiento no se trata de un intento de parte del pecador de ordenar su vida para que entonces Cristo pueda aceptarnos. Si el pecador pudiese ordenar su vida sin Cristo, entonces ya no necesita a Cristo. Cristo vino a salvar a su pueblo de sus pecados, porque su pueblo no podía salvarse a sí mismo.

Estamos hablando más bien de una persona que reconoce su pecaminosidad, y al mismo tiempo su incapacidad de escapar de semejante condición; de una persona que habiendo comprendido la maldad de su pecado y las terribles consecuencias que ese pecado le acarrea ahora y en la eternidad, acude a Cristo con la disposición de obedecerle a Él.

El pecador arrepentido no es aquel que dice: “Voy a reformarme primero, y luego iré a Dios”; no. Es más bien el hombre que reconoce que no puede seguir luchando con la maldad de su corazón, y habiendo pedido perdón, pide también a Dios que le conceda la fuerza que necesita para ser librado de la esclavitud de su propia corrupción.

Pero no podemos quedarnos en el arrepentimiento. No se trata simplemente de dejar el mundo atrás, sino de abrazar a Cristo, y descansar en Él tal cual es ofrecido en el evangelio. Y es a eso que la Biblia llama fe (comp. Jn. 1:12). Pero eso lo veremos más adelante, si el Señor lo permite.



Publicado por Sugel Michelen en www.todopensamientocautivo.com
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